El estudio trata sobre la llamada "hambre hedonista".
Un grupo de investigadores italianos ha descubierto evidencia de que
independientemente qué tan "llena" se sienta una persona, el cuerpo está
programado para recompensarse comiendo de más cuando es tentado con
alimentos sabrosos.
Sin embargo, creen que han identificado un vínculo fisiológico entre
la indulgencia con la comida mucho más allá del punto de la "necesidad"
calórica y un aumento reactivo en los niveles de dos compuestos químicos
claves.
Uno de los compuestos es la grelina, una hormona
producida en el estómago que ayuda a regular la recompensa y la
motivación. El otro es un compuesto conocido como "2-AG"
(2-araquidonilglicerol), que tiene que ver con el apetito.
Cada uno participó en dos pruebas de alimentación, con un intervalo
de un mes. En ambas ocasiones, los participantes primero consumieron un
desayuno de 300 calorías compuesto de 77 por ciento de carbohidratos, 10
por ciento de proteína y 13 por ciento de grasa.
Tras cada
comida, los participantes calificaron su nivel de hambre mientras
esperaban que pasara una hora. En ese momento se ofreció a todos lo que
ya se había establecido que era su comida favorita, una comida que
desearían comer incluso después de sentirse llenos.
Durante cinco
minutos, solo se permitió a los participantes ver u oler su comida
favorita. En ese periodo, se les pidió describir qué tanta hambre
tenían, qué tanto impulso tenían para comer el alimento y qué cantidad
pensaban comer.
La segunda prueba fue similar, excepto que esta
vez se ofreció a los participantes un artículo poco apetitoso, por
ejemplo una combinación de pan, leche y mantequilla, que contenía
exactamente los mismos nutrientes y calorías que el artículo sabroso de
la primera prueba.
El resultado fue que a pesar de una sensación
general de saciedad tras el desayuno, los participantes dijeron que su
impulso a comer y la cantidad que pensaban comer eran significativamente
mayores ante su comida favorita, en comparación con la comida poco
apetitosa.
Además, pruebas sanguíneas revelaron que cuando los
participantes comían su alimento favorito, los niveles en sangre de la
hormona grelina aumentaban significativamente y permanecían altos
durante hasta dos horas.
Beatriz Martín López
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